Oct 9, 2006

Los demonios que llevas dentro

A través de una grieta puedo ver la oscuridad radiante del mundo que está allá, fuera de mi vista. Aquí, donde yo vivo, todo el tiempo hay luz. Extraña es, más bien, la forma en que hasta hoy he podido sobrevivir. Durante años he visto desde aquí que la oscuridad tiene un color muy claro, en comparación de lo que soy. Desde aquí veo la oscuridad a lo lejos y he llegado al punto de añorarla día y noche. Aunque nadie me crea, mi habitación es blanca, contrasta con mis ideas, mis ilusiones y mi voz entrecruzada que nadie oye. Es tan blanco aquí, que ya casi olvido cómo eran los colores, cómo sabían cuando mis ojos antes los probaban con exquisitez. He olvidado muchas cosas. Apenas sé lo que soy. Pero gracias a la grieta nacida de la vejez de la puerta que me tiene encerrado de por vida, gracias a esa grieta, no olvido la oscuridad. Esa grieta me da esperanza.
Cansado como estoy de haber caminado en círculo lo que, en el mundo real, sería dar cincuenta vueltas a pie alrededor de la Tierra, con el hígado trajinado por la ira que guardo de nacimiento, bajo la luz incandescente sobre mí que me fríe como se fríen los espíritus en el infierno, con esa tortura que es mil doscientas veces la peor tortura que sufre el peor hombre, vuelvo a caminar de un lado a otro, confundido entre lo que tengo, lo que valgo y lo que existe delante o detrás (no tiene revés) de esta puerta, que tal vez sea la entrada a la luz o la entrada a las tinieblas.
Abrí los ojos y me cansé de ver día y noche ese fuego ardiente blancuzco, temible, vigente por siempre, temible, construido para mi tormento. Temible...
Un día me saqué los ojos. Pero sigo viendo. La luz me persigue, me vuelve ciego, pero de locura simplemente. Grito, me desgarro y no encuentro respuesta, no se apiada de mi ni el demonio ni un dios de verdad. Nadie tiene piedad del eterno infierno al que me somete mi amo.
Mi padre, al que desconozco, por suerte, me condenó a vivir en un basural andante, viviente e incomprensible. Aquí no están los placeres con los que por lo menos cuando nací mi madre me embadurnó. Aquí vivo y por la grieta oscura de la puerta del espíritu malsano de mi hogar, estoy condenado a sufrir sin entenderlo. Lejos a mí se encuentra mi añoranza suprema que un día alcanzaré. Esa tiniebla central, rodeada de más tinieblas, que se visualiza desde la grieta que siempre observo, es la aspiración de todos los seres como yo. Es la añoranza mayor: ¿Cuál? Matar al ser humano que nos cobija desde que nace.

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