Oct 12, 2011

Pesadilla 354



Soñé que acariciaba la panza templada de una borrega blanca en una oscuridad seca y ausente de ruido alguno. Era un sitio sin gravedad, sin ese viento de mis tardes amarillas de antaño, donde gozaba de la presencia de tulipanes robustos y orgullosos. Pero el del sueño era un lugar en donde no se sentía la presencia de Dios.


Sentía los ojos tapados, las lenguas foráneas calladas, el estómago, las poquedades... todas mis miserias. Era yo un ser pusilánime, en mis sueños así era o así soy. Podía sentir..., sentía de todo, menos dolor.


En mis sueños todo es lúgubre mas el dolor no existe. Hasta que de pronto fui asustado por un ladrido tan fuerte que quise huir. Sin embargo, estaba amarrado del cuello a un arbusto de hielo, el cual, por más esfuerzos que hice no pude derribar, a pesar de ser tan fuerte, a pesar de ser tan grande, a pesar de mis virtudes... al amanecer de ese sueño, tenía casi todo el cuerpo desparramado por pedazos... sabía que la borrega de cara tremebunda y de ojos virulentos y cuernos endemoniados me había tratado de asesinar. Era como una oveja del paraíso que tal vez se habría caído de lleno en las obscenidades del maligno. Y yo seguía dormido.


De pronto desperté. Estaba rodeado de gente que lloraba porque decía que me había desmayado en pleno piso nueve del Edificio Alfred Di María, y empezado a convulsionar, a arrojar espuma como los perros rabiosos, a quererme tender por los suelos como las víboras, a querer huir en dirección a los trenes como los amantes suicidas, a querer derribar con mi alma las paredes de un cielo falso, yo con mi tristeza inmunda, yo que pensaba que despertar era amar, yo que pensaba que darlo todo era todo...


Y otra vez desperté, y otra más, y así he seguido despertando, deambulando por jardines apagados, por paraísos siniestros, por sueños agotados de verdad, ¡he despertado tantas veces!, pero jamás he despertado en serio.