Dec 30, 2013

LA ESQUINA DE TRES PUERTAS




Por: Jorge Luis Huamán Sánchez
 Cuento extraído de mi libro de cuentos "Secretos de cavernófilos"

Se habló mucho de la popular y perturbable esquina de tres puertas, más incluso, que el tiempo crudo que la padeció, viéndola nacer, crecer y morir, como si se hubiese tratado de un animal salvaje. En algún momento, si los hombres suelen pensar como si no fuesen humanos —es decir, peor—, sería posible creer que las cosas empezaran a pensar como si no fueran tales. No es que esa esquina haya pensado, sino más bien tuvo que ver con la vida meditabunda de algunas personas que conocí.

Corre el tiempo y a mayor prisa la muerte, hijo. Por eso es bien sabido que el tiempo nunca nació: la muerte se le adelantó y en conclusión todo es muerte. Tanto los seres animados como los inanimados y también los inexistentes nunca nacen, todo es un espejismo. Mueren, pero a diferencia de la ridícula manera de vivir de los hombres, los objetos y las cosas que figurativamente no tienen vida, tampoco tienen la desgracia de ser sometidos a rituales propios de los seres humanos que hacen pender de un hilo al recuerdo y la nostalgia de la hipocresía.

Muchas veces, gracias a la memoria, es que los objetos, las personas, los vivos y los muertos, pueden seguir viviendo, otros también pueden seguir muriendo. Yo no encuentro mucha diferencia entre un ser vivo y un ser muerto, salvo porque los muertos, en ocasiones, no te hacen saber sus resentimientos y las porquerías que guardaban en su corazón. La memoria de los humanos es frágil sólo para las cosas que le hacen mejor, siempre olvida lo bueno, siempre se atormenta con su propia culpa. En fin, no nos salgamos del tema.

La esquina de tres puertas era la casa de doña Luzmila, la viejecita que se vanagloriaba  por ser una brujita de pacotilla infalible por haber adivinado fallecimientos confusos. Era un lugar de todos, tal vez sin dueño legítimo, así por lo menos pareció que doña Luzmila lo quiso: una casa sin dueño, pero con un guardián soberano que era ella, sin lugar a dudas. El hogar de varios ebrios habituales, de putas sin gloria, de animales sin dueño y de maridos atormentados por los cuernos y las amantes. Sin querer y por causas que aún son inexplicables para los vecinos, era el lugar más querido por quienes padecían dolores internos, decepciones, tristezas, frustraciones y triunfos irrisorios. Su seno cobijó al brasileño Marco dos Santos casi todo el tiempo que estuvo por estas tierras, hasta horas antes que lo asesinaran de un balazo en la columna vertebral. Genaro Linares ―¿Lo recuerdas?―transitó por sus veredas muchas veces antes que mate al padre de su novia, y posteriormente, después que salió de prisión, vino a vivir entre el alcohol y el tabaco por varios meses, hasta que desapareció en la nada, ¿se suicidaría, lo matarían? ¿Qué habrá sido de ese muchacho? Félix, el hijo del ex alcalde, muchos días antes que se suicide se iba a beber a escondidas de su padre y doña Luzmila le daba jarabe para la cólera mezclada con valeriana serrana en lugar de alcohol para que se vaya tranquilo pensando que estaba borracho. Rojas Hinostroza, el extravagante poeta de un único poemario (encima inédito), permaneció hasta el día en que su mujer, cansada de los insultos y las trompadas nocturnas, un día se molestó de tal manera que lo mató a martillazos, pero de él te hablaré al final u otro día, si me alcanza el tiempo, porque es una leyenda aparte. También bebió, se embriagó e incluso se acostó con doña Luzmila el ex alcalde, aunque hace bastante tiempo, cuando Luzmila tenía todavía las carnes duras y provocativas. Con el pretexto de tomarse un cañacito con amigos imaginarios (porque es bien cierto que el ex alcalde nunca tuvo amigos, ni cuando era alcalde), se acostaba con la cantinera hasta las siete de la mañana, sin parar. No sé, la verdad hasta dónde esto sea cierto, pero así va la historia de este lugar. Así como los demás que mencioné, un mediodía el ex alcalde fue asesinado por un drogadicto que aseguraba ser su hijo. Cosas de pueblo chico, desde luego.

Era, por cierto, ahora que lo recuerdo, esa diagonal esquina, el paradero de las góndolas terrestres, microbuses viejísimos, donados por el gobierno de Alemania antes de la segunda guerra mundial, marrones amarillentos, colmados de un óxido que poco a poco se había apoderado como una plaga medieval no sólo de los vetustos disparates andantes sino también de casi todo el pueblo. Olvidados, y tal vez ya considerados fantasmas. Desde las cinco de la mañana la gente salía de su casa y se iban al mercado. Los comerciantes a vender, los demás a comprar para el día. Y allí, en la esquina era un paradero común por donde pasaban las góndolas que se iban a todos los rincones del pueblo. Eso hacía que nunca faltase la bulla y los gritos y tropeles de gente de un lado para otro, barullos que han quedado impregnados en el viento… En definitiva, se trataba de un lugar común. Todos la cruzaban. Pese a su olor fétido, producido por los orines de los borrachos que no alcanzaban llegar hasta el arbusto sembrado en la plazoleta de enfrente, la gente se había acostumbrado a transitar, detenerse, contemplar alcohólicos tendidos como difuntos de guerra, saludar a doña Luzmila atendiendo como mártir a personas que ni eran sus parientes cuando éstos, completamente sinvergüenzas se encontraban en otro mundo. Así era la esquina de tres puertas.

En realidad era una sola puerta. Un portón gigante de eucalipto con umbrales de metal, dividido en tres partes, cada una de ellas tenía una puerta, todas ellas talladas finamente por los indios que un día bajaron del cerro y no regresaron porque se acostumbraron al bendito aguardiente de doña Luzmila, tal vez también a sus caricias y su sudor. No es que sea mal hablado, pero ella tenía una forma distinta de pagar los buenos favores. Tú me entiendes. Pero eso sí, quedaba justo en una esquina, lo que producía que la arista tenga la obligación de ser diagonal para poder soportarla. Eso ocasionaba que la vereda en ese sector sea más amplia y triangular, lo suficiente como para aguantar a gente esperando la góndola terrestre viejísima,  a los borrachos que no alcanzaron llegar al arbusto hecho letrina y a los borrachos que no alcanzaron llegar del retorno y se durmieron en plena cruzada.

Un día común, la cantina de la esquina de tres puertas no abrió más.

Nadie en realidad sabía lo que podía ocasionar la furtiva muerte de doña Luzmila. Esa muerte que prácticamente convirtió al día común ese en el que se recordaría como cuando una nación, una verdadera nación, recuerda un héroe de guerra.

Con ella murieron también los pasillos robados de otra cultura, los olores nauseabundos, y muchos borrachos también, y lo peor fue que murió también la esquina de tres puertas. Uno cree que se puede ser mejor mientras más tecnología tendría un lugar. Pero en este pueblo, como en otros sitios quizá también suceda, las cosas marchaban al revés. En lugar de la esquina de tres puertas, el nuevo alcalde, mandó construir un mercadillo…

Fue un 23 de febrero.

El caos empezó cuando los municipales no dejaban acercarse al paradero de las góndolas terrestres porque se iba a proceder con el derrumbe de la esquina de tres puertas. Uno a uno, los ciudadanos se iban acercando a ver qué pasaba. Los municipales al ver la aglomeración decidieron rodear la casa con cinta amarilla de peligro para impedir el paso de los peatones. De súbito apareció el alcalde que entre improperios y griteríos ingresó, junto con otras autoridades, al domicilio de la difunta para realizar el inventario de bienes muebles antes del derrumbe. Lo que sacaron de la casa fueron cuatro borrachos que habían estado escondidos desde la muerte de la vieja, bebiendo el poco licor que quedaba, refugiados en un frenesí filial. Sacaron una cocina de kerosene antiquísima. Allí nos preparaba la comida la vieja, balbuceó desde la muchedumbre un hombre. Después se escuchó una palmada y un fugaz sollozo. El alcalde, un poco conmovido, salió al último de los cinco que ingresaron y mandó a los municipales que sacaran todo lo que encuentren y lo repartan entre las personas que más cerca estuvieron a ella.

Jamás apareció algún heredero, nadie reclamó algún derecho sucesorio… la esquina de tres puertas pasó al Estado. Allí quedó todo.

¿Recuerdas que la vez pasada te estuve hablando de una tal Gloria Dila? Sí, bueno, seguramente tú ya no te acuerdas, pero te hablé de una chica que se fue a la capital a estudiar leyes. Que yo recuerde, era una muchacha normal, ni tan bonita ni tan feita pero tenía una memoria impresionante. En esa época yo estaba enamorado de ella, no sé por qué razón ciertamente, pero estaba realmente enamorado. De algún modo, su aparente sencillez, su forma de expresarse y su amor a los necesitados la hacían una mujer especial. Me había dispuesto a conquistarla, a decirle que la tendría a como de lugar, pero ella me negaba su cariño, estaba enamorada de otro hombre. Uno de esos días en que el pueblo andaba en crisis por las reformas hechas por el gobierno y cuando casi se desata otra guerra civil más, ella se fue. Yo como un idiota me fui persiguiéndola, sin saber a dónde iba a parar, sólo quería verla una vez más. Ya sabes, huachaferías de lo que a veces parece ser amor y de ahí no es nada. Pero el hecho es que me fui siguiéndola y logré encontrarla. Pero en el tiempo que sucedió entre buscarla y encontrarla logré conocer a la madre de tu primer hermano, estuve trabajando como esclavo en la panadería de su padre hasta que me escapé, después trabajé como albañil en la construcción del muro de la frontera que mandó a construir el imbécil de Agüero, que nos mantenían con una sola comida diaria y viviendo en situaciones catastróficas. Allí me encontré con otro paisano que me contó las razones por las que Gloria se había ido del pueblo. Como tenía mucha memoria se fue a estudiar leyes a la capital, pero su padrino no ha vuelto a saber de ella. No pasó ni dos meses desde que supe dónde estaba y la encontré en otra ciudad, con otro nombre y con un oficio un poco menos digno que el que aspiraba: era puta. Desilusionado por ese encontrón, decidí no perder mi oportunidad y con mis ahorros la compré. Te pago todo esto, le dije, enseñándole todo el dinero que tenía, pero te vienes a vivir conmigo toda la vida. Ella me contestó que con eso me compras apenas por un cuarto de hora.

Pactamos en una semana. Una prueba de amor.
No lo pensé dos veces. Prefería tenerla por una semana a estar con la espina toda la vida. Así que nos escapamos de su proxeneta y nos fuimos a la selva y allá pasó lo que tenía que pasar. Fue una luna de miel frustrante, entrecortada. Ambos éramos antagónicos y teníamos una vida distinta. Menos mal que sólo aceptó por una semana, me decía a mí mismo. Pero la semana se prolongó por más tiempo, se hicieron dos semanas, luego un mes, después dos meses, después noté que su vientre se le iba hinchando, entonces supe que tenía que quedarme con ella más tiempo del que se había acordado. Mi pensamiento era, por esos días, si es que ella al final tiraría cuenta de los días extra que se estaba quedando conmigo y que me cobraría también por hacerle cargar un bulto en su barriga. Un día le pregunté. Por supuesto que te tengo que cobrar, ni te hagas ilusiones que esto es gratis. Esa fue su respuesta. Pero antes de que nazca el bulto ese, ella desapareció por completo. Se había ido. No sentía tristeza, al contrario, ya no me iban a sangrar con tanto gasto, pero me interesaba saber dónde estaba por si algún día me podía chocar con el bulto nacido o con ella misma.  Terminé el mes de trabajo en la maderera y decidí regresarme a mi pueblo natal y dejarme de aventuras. No sabía qué era de ella, no sabía qué era del bulto ni nada. Cuando iba camino a casa, me quedé un par de meses en un caserío a trabajar en una mina de carbón. Allí fue que al regresar a donde vivía encontré a Gloria, completamente desconocida, mal vestida y con un bulto entre sus brazos. Te dije que te cobraría, me dijo, con una voz pobre pero sensata, y para eso he venido. Yo no sabía qué decirle. Por alguna razón que no podría explicarlo hasta hoy, sentí un profundo placer al verla otra vez, aunque estaba más fea que nunca, tenía ganas de abrazarla pero me contenían dos cosas, una era el bulto que tenía en los brazos y otra que yo estaba lleno de carbón desde los pelos hasta los pies. Y cuánto te debo, le dije yo, sin saber cuál era su intención. Me crías a este muchacho con lo mejor que tengas, me respondió, sin remordimiento alguno. Le recibí al  muchacho en los brazos y traté de decirle algo. Pero Gloria… ella me interrumpió. No vuelvas a llamarme Gloria, ya te lo he dicho tantas veces, que no te cuesta nada llamarme Luzmila. Cuando estaba a punto de perderse entre la distancia y el sonido, escuché por última vez su voz. Procura no decirle nunca que tuvo una madre que le gustaba la vida fácil. Luego, la historia es como tú ya sabes, la cantina, etc., etc. Nosotros, es decir, tu hermano, tú y yo, por otros lugares. 

¿Querías saber quién es tu madre? Pues ahora ya lo sabes.

Feb 10, 2013

Esposa enferma


Les comparto un poema de mi libro "Neolorgasmos contra la mujer planta", aún en postproducción: Esposa enferma. Enjoy!

ESPOSA ENFERMA

Todos tenemos ganas de vivir un buen otoño,
esposa enferma.
A la luz de una victoria, dentro de la marejada,
quisiéramos que la vida nunca se acabara.
Quisiéramos engendrar y engendrar toda la madrugada,
ya hastiados enfrentarnos cuerpo a cuerpo
con las luces de alguna sobria amanecida.

Recuerdo alegre esas noches de tormentos,
duros tormentos,
cuando sana estabas todavía,
y solías cantar: "no me dejes, no me dejes"

Cuántas veces, mi esposa enferma,
Tantas veces aparcamos en la soledad
mordiéndonos las uñas, mirándonos las heridas.
Gastamos nuestra unión paras reprocharnos.

Pero extraño uno que otro orgasmo desquiciado,
cuando me amabas por un par de segunditos bendecidos,
y gritabas: “no me dejes, no me dejes…”
y de ahí te echabas a maldecir que nunca te traigo nada:
ni un poema de amor, ni una baratija del mercado.