Feb 13, 2015

camino mar

Hagamos ese castillo de arena con banderas y torres y chimeneas que de niños veíamos en la vieja Panasonic que todavía sigue molestando el paso en la antigua casa. El sol a la vera de las sombrillas. Tú con tus lentes oscuros y con una red en tu cabello. Con bebidas en una nevera portátil. Yo sin cuidado estoy bajo el sol. Libre, irremisiblemente libre, como cuando un niño sin padres corría queriendo atrapar en mis brazos al peligro. Y la música retumba desde la parte lateral de las playas. Unos muchachos habrán, seguramente, organizado alguna fiesta de carnes. Tú y yo sin embargo no nos ofendemos y reímos. Hace minutos inclusive bailamos. Pero rápidamente perdemos el ritmo. Somos jóvenes por siempre, pero hemos perdido el ritmo de tantas adversidades. A pesar de ello siempre sigo luchando por alcanzar el sol y sueño con volver a ver a Dios. Esta vez no se librará de algunos reclamos que tengo por ahí apuntados. El ritmo del baile. No somos los únicos, es cierto. Pero desde donde estamos el mar es delicioso para nadar al infinito. Como para ir de vacaciones forzadas y no volver a la realidad. Algún hablábamos de viajar, de conocer todos los continentes, de embarcar y desembarcar en cada problema. Así descubriríamos según nuestra teoría el secreto del amor, la fórmula para estar juntos a pesar del cáncer, la avaricia y la muerte.
He acariciado tu fuerza. He seguido por la arena hasta hundir mi vida en las olas y he sido seducido poco a poco. Te veo desde el mar y contemplo tu sonrisa. Bronceada, desde la orilla me siguen tus gestos con ternura. Guardas una curiosidad porque no sabes hasta donde podré nadar sin necesitarte. Iré y en unos metros requeriré de alguna palabra de comprensión, sobre todo porque no podría estar caminado todo el día por el mar si no te amara.
Este castillo es como un hogar tan complicado. Hemos logrado colocar algunos restos de animales marinos para hacerlo resistente. Seguro que volvemos a nacer y lo seguimos avanzando. Tiene puertas y ventanas de caridad. Tiene afecto impregnado en estas manos que han ideado una imagen de felicidad. Y luego el atardecer...
Mi decepción no ha sido la que esperaba. Sabíamos que llegada la noche hay que descansar. Y yo quería seguir armando todos los castillos de la playa. Por momentos me inquietaba saber si estabas de acuerdo pero siempre he asumido que así era, porque siempre que me ha faltado alguna pieza, estaban tus manos solícitas ante mis requerimientos. Por eso no quería que llegue la noche. Pero a la vez era imposible que no quisiera. Sólo que es natural que amanezca y anochezca, que luego de tanto sol sobrevenga un tenso frío. Ahora lo importante es obtener el mayor provecho posible de esta situación. No nos marcharemos. No guardaremos nuestras herramientas, menos nuestra sombrilla. No abandonaremos nuestras pretensiones, ni huiremos cada quien por su causa. Nos quedaremos, con tu manifiesto consentimiento, aquí, esperando otro mar y en el esplendor del amanecer un nuevo camino que nadar.