Sep 17, 2012

UTILITARIO



Del libro: Sarnografías y otros amores enfermos
Abrí la puerta con cuidado y entré en puntitas de pie para que no me sintieras llegar tan tarde a tu vida.

Cerré la puerta con cuidado, sin poner cerrojo alguno, para que no despiertes a despedirme cuando me marche de madrugada.

Tu marido descansa en otra habitación. Yo navego en pasos de arrepentimiento por no haberte buscado antes.

Al cruzar la calle pueden verme tus ojos, en la sombra que nace de los arbustos del límite del parque. Escondido del amor y de los días, atormentado en horas de celos, te espero salir para jugar al amor.

Pero en algún momento descuidé alguna puerta. Me quedé atrapado. No te encuentro y yo no siento esa orientación que antes me daban esos pliegues de calor, ese torso bendito que me esclavizó. Atrapado. Utilitario en ruinas. Temía que me ames y no preví lo contrario.

 

Sep 4, 2012

La hija de doña Idalia



Del libro de cuentos: Sarnografías ®


Herculinda. Así le pusimos como apodo cuando la vimos por primera vez. Nuestra misión era apresarla viva, detener los desatres que causaba en cada aldea que encontraba a su paso e impedir que siga atropellando a la gente (sobre todo a los hombres) con sus hermosos pies. Pero era la peor misión que nos habían destinado.

Era una mujer hermosa, salvaje y mortífera. Todo a la vez.

Aunque hubiéramos querido cambiar las cosas, estaba cantado que era una tarea imposible de conseguir. Éramos como diez hombres y cuatro mujeres los que nos aventamos encima de la muchacha intentando agarrarla de todas partes de su cuerpo para detenerla. Pero ella tenía mucha más fuerza que todos nosotros juntos. Era tan fuerte, que todos acabamos siendo lanzados por un lugar y otro del bosque, dando alaridos de susto y de dolor por la forma abrupta como nos precipitábamos contra el suelo, las piedras picudas y alguna que otra planta con espinas venenosas. Herculinda nos había vencido. 

Todos los monstruos con los que luché durante toda mi vida eran unos niños ante su feroz belleza.

Doña Idalia, su madre, era una mujer que nunca había sufrido martirio alguno, hasta que de la otra parte del mundo, donde habitan esos dioses malvados y burlones, le enviaron un obsequio cruel: una hija con un don sobrenatural. Yo realmente nunca he creído en cosas del otro mundo, pero cuando la toqué y me expulsó como si fuera un insecto, sentí en mi corazón una sensación de miedo que nunca, a partir de ese momento, se me pudo borrar completamente. 

Ese día todos los soldados como yo murieron en sus manos, mas yo pude, para mi desgracia, salvarme. Y digo para mi desgracia, porque creo que me llevé la peor parte de la misión: me enamoré perdidamente de Herculinda.