Dec 23, 2011

Editorial del Mixionario por Navidad

Estimados mixionados:

Imagino que a no todos les gusta la navidad. Por una serie de traumas de niñez y nostalgias no tan bienvenidas, recuerdos de pobreza y otros pensamientos abstractos, la navidad no es sino -en algunos, desde luego- un claro y oscuro momento nada alegre...

Pero como ustedes y yo no tenemos estas ideas, sino que creemos en que la navidad es una celebración de gozo y alegría, el recordatorio anual de cuando nació Jesucristo hace dos mil y pico años, pues estos pensamientos míos son de muy mal gusto y lejanos a nuestra opulenta y magnánima realidad. 

Y así debe ser... no debemos olvidar que ni los traumas existenciales, ni lo lejanos que pudiésemos estar de nuestro propio control mental, o lo lejanos que nos encontramos de nuestras familias (tanto material como integralmente), opaquen la sensibilidad por algo tan sencillo como entender que cuando tu hermano o tu madre cumple años uno se reúne con la familia a celebrar en la fecha ciclo anual porque de algún modo lo consideras importante.

Así, si Navidad es cumpleaños de Jesús, me parece, por lo tanto la fiesta en esta ocasión es de ese Jesús, el Reconciliador por excelencia... Y agréga a esto el hecho de que Jesús no nació en vano sino que nace para salvarte... las cosas se hacen todavía más complicadas.

Podré decir muchas cosas sobre la navidad, porque la verdad en estos tiempos parece navideath (puro comercio, regalos, fiestas, ilusionismo de filantropía, chocolatadas absurdas* y miles de etc.), podré estar muy molesto porque nadie me ha regalado nada, salvo mi amig@ secret@ por obligación y empatía laboral, pero lo que no puedo hacer es olvidar que no es mi fiesta, y por eso, no me queda de otra, con el dolor de mi corazón, aceptar y alegrarme y hasta debería preocuparme, tal vez en meditar un poco, en evaluar como voy con mi familia, no sé, cosas así que me recuerden a la Sagrada Familia...

Y a ustedes, gente que por suerte no tiene ninguno de estos síntomas que yo expongo, quisiera desearles una Feliz Navidad... y muchas bendiciones, porque no es nuestra fiesta sino de nuestro Dios.

*Chocolatadas absurdas: Leí que los congresistas salieron a hacer una chocolatada a niños pobres. Como prueba de ello, postearon quinientas fotos en la web del congreso posando para saber que los congresistas tienen corazón, comparten con el prójimo y son "buenos". Suficiente con que procuren ser correctos. Sería la mejor chocolatada para nosotros los peruanos, a quienes nos chocolatean todo el año.

Oct 12, 2011

Pesadilla 354



Soñé que acariciaba la panza templada de una borrega blanca en una oscuridad seca y ausente de ruido alguno. Era un sitio sin gravedad, sin ese viento de mis tardes amarillas de antaño, donde gozaba de la presencia de tulipanes robustos y orgullosos. Pero el del sueño era un lugar en donde no se sentía la presencia de Dios.


Sentía los ojos tapados, las lenguas foráneas calladas, el estómago, las poquedades... todas mis miserias. Era yo un ser pusilánime, en mis sueños así era o así soy. Podía sentir..., sentía de todo, menos dolor.


En mis sueños todo es lúgubre mas el dolor no existe. Hasta que de pronto fui asustado por un ladrido tan fuerte que quise huir. Sin embargo, estaba amarrado del cuello a un arbusto de hielo, el cual, por más esfuerzos que hice no pude derribar, a pesar de ser tan fuerte, a pesar de ser tan grande, a pesar de mis virtudes... al amanecer de ese sueño, tenía casi todo el cuerpo desparramado por pedazos... sabía que la borrega de cara tremebunda y de ojos virulentos y cuernos endemoniados me había tratado de asesinar. Era como una oveja del paraíso que tal vez se habría caído de lleno en las obscenidades del maligno. Y yo seguía dormido.


De pronto desperté. Estaba rodeado de gente que lloraba porque decía que me había desmayado en pleno piso nueve del Edificio Alfred Di María, y empezado a convulsionar, a arrojar espuma como los perros rabiosos, a quererme tender por los suelos como las víboras, a querer huir en dirección a los trenes como los amantes suicidas, a querer derribar con mi alma las paredes de un cielo falso, yo con mi tristeza inmunda, yo que pensaba que despertar era amar, yo que pensaba que darlo todo era todo...


Y otra vez desperté, y otra más, y así he seguido despertando, deambulando por jardines apagados, por paraísos siniestros, por sueños agotados de verdad, ¡he despertado tantas veces!, pero jamás he despertado en serio.

Jun 6, 2011

A pesar de tus ojos.

Les dejo con una pieza de un último trabajo de prosa poética cuyo título no tiene mucha imaginación: "A pesar de tus ojos"; que forma parte del librito que se publicará a fin de año (Humala mediante), titulado "Sarnografías y otros amores enfermos". Espero sea de su agrado. -


A pesar de tus ojos que hieren con su nostalgia de olvido sordo, con cierto arrumbo que acechan esas líneas de candor sereno, que ciegan esos pasos de camino por la senda imaginaria donde navego en oscuro y de la mano a tu costado…

A pesar de nada que nos vincule en algún futuro sueño ambiguo, ni por esos cánticos echados a una sola suerte, y por eso traigo a tu vida una especie de sequía de dolores, aunque yo tenga que morir entre esos miedos burdos que sostienen una vieja teoría que tenerte es no tenerte, aunque soñando de juegos, aromas, latires, noches y miradas.

Y debatir mi temperamento con tus labios quiero. A pesar de tus ojos esquivos. A pesar de tus sentimientos que creen en sueños de cosas mismas.

A pesar de no saber decir algo agradable. A pesar de ser indiferente con la conciencia de perderte
y de no saber de entendidos con tus prejuicios para conmigo.

Pongo de testigos a mis días de insomnio, que fueron fundidos entre la ansiedad, la esperanza y esas noches sin bandera, cuyos fondos estaban destinados a que no sueñen nada si no fuese sino contigo. A pesar de quererte sin haberte conocido...

Mar 17, 2011

Retroespiral - Fragmento.

Les dejo aquí un pequeño fragmento del último cuento que escribí, que algún día aparecerá en el volumen de diez cuentos del libro que llevará el mismo título. Espero sus comentarios.
Jorsh.

Retroespiral ©

Quisimos esperar que pasen los carnavales, que llegue la cuaresma y que llegue el tío Lucho para que nos cuente sus inverosímiles aventuras. Quisimos que el padre Ricardo se dé un tiempo para que venga a la casa a celebrar la Misa, que los gemelos Antonio y Ernesto regresen de sus vacaciones en Francia. Quisimos muchas cosas para celebrar los ochenta años de nuestra abuela. Pero la muerte se nos adelantó un par de semanas y nos dejó con los planes por los suelos. Entonces tuvimos en lugar de una fiesta con los bailarines de tango ofrecidos por Matías Castagnino, un velorio seco, ruin y sin gente conocida.

Nosotros éramos en ese entonces los terribles nietos, inquietos e inocentes para comprender qué hacer cuando alguien tan importante e imprescindible para nuestras vidas se va. En esa época, no sabíamos cuán triste era que alguien se ausente sin despedirse. Sólo nos sabíamos contentos porque toda la familia aparecía desde todos los rincones: tíos elegantísimos, tías y primas hermosísimas, antiguos compañeros de juegos: demasiada gente para celebrar un oficio que nadie allí entendía.

Íbamos a escondernos atrás de las puertas de la cocina y nos escurríamos entre los andamios del almacén para escuchar los chistes verdes y colorados que la tía Elsa contaba y celebraba con los tíos más viejos, con una carcajada que creo yo, le incomodaba incluso a la abuela en cualquier lugar donde haya estado navegando buscando la puerta al cielo. Nosotros, los niños, hacíamos esfuerzos de memoria para interpretar las lisuras y los términos desconocidos que empleaban los mayores para referirse a las cosas y terminábamos sin entender nada.

Pero dentro de todas las aventuras que significaba jugar a las escondidas en todo el vecindario, aprovechando que nuestros padres (los míos y los de mis primos hermanos) estaban ocupados bebiendo coñac y conversando sobre asuntos que nos aburrían tanto, yo pensaba en la abuela, en sus palabras y en su nostálgica y viejísima belleza. En el fondo sabía que nunca más la volvería a ver, que nunca más podría darme propinas a escondidas, ni iba a tener una cómplice para salir a la calle sin que mi padre ponga el grito en el cielo por no ocuparme de aprender a tocar el piano.

Cuando todos los niños fueron desvaneciéndose como muertos a causa del cansancio, fui en silencio al salón donde yacía el prepotente cajón iluminado que cobijaba a mi abuela, me puse a rezar a los pies -respetando su metódico consejo de cómo rezarle a Dios-y de pronto fui sorprendido por unas ingratas lágrimas, las únicas que derramaría por un familiar en toda mi vida. Años después de recordar esa madrugada, caí en la cuenta que después de ese momento, todas mis lágrimas siempre fueron por Mayté.

Esa madrugada sentí dentro de mí todas las sensaciones que hablaban las canciones que mi padre presumía eran las que había utilizado para enamorar a mi madre desde un triste piano en una vieja calle de la Due Rotré en el París de los setenta. Años más tarde, yo pasaría por ese mismo lugar y por fin estoy seguro que mi padre siempre mintió.

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