Oct 9, 2006

Los amores del otoño pasado

Mira por las ventanas empañadas con el aire abstemio de caridad y vuelve a vivir una vez más el mismo tormento dulce de los amores juveniles. Así es ella por estos tiempos. Mira por la polvareda de un fijo recuerdo inquebrantable. Observa a otras mujeres caminando por las aceras de en frente mascullando sonrisas alborotadoras junto con sus maridos, o novios, o amigos, y cree que es una de ellas. Desde las ventanas, la vida es diferente que cuando uno está caminando paso a paso. Por momentos vive intensamente lo que sus grises ojillos le revelan, hasta que logra cansarse y darse cuenta que hoy ya nada es la verdad del ayer: ella está sola y eso le causa heridas tanto aceptándo esa verdad, como rechazándola. Cada noche se repiten las caricias en su cuerpo, caricias que no han muerto tanto como ya ha muerto su belleza y sus ganas de amar. Esas manos del ayer están tatuadas en cada centímetro de su piel y ella piensa más que en el día. Lentamente acaricia el recuerdo de una lengua voraz y tirana que la buscaba entera en las noches prenupciales, contra todo tabú de la sociedad peruana. Por eso es un dulce tormento evocar el pasado pasional que era de un buen hombre: el hombre de toda su vida. Lo amaba hasta el pleno delirio desde que lo conoció y nunca pudo expresarle con sinceridad lo que sentía por él. Recuerda entregándose. En esos años ella fue sensual y angelical. Eran esos momentos de besarle los labios escabrosos y entregarle su tabú y su niña que fue, lo que antes la entusiasmaba. Ahora, esa remembranza solamente sirve para sufrir. Si tan sólo hubiera sido capaz de controlarme, de decirle un te quiero cuando estaban juntos en la alcoba. Pero no, siempre se mantuvo bajo una costra de resentimiento infundado por creer que el amor que se tenían estaba maldito por el suicido de su padre. Él se fue y ella tuvo que casarse con otro, al que odia actualmente.La memoria la invita a partir hasta el último día que pasó junto a su calor masculino y soberbio en un lugar lóbrego que hoy ya no existe. Se ha visto este día en el espejo más veces de lo que frecuentemente se mira. Esta no soy yo, se dice, con la voz temblorosa, y piensa, Por qué me he envejecido tan rápido. Años que han muerto sin que ella pueda haberse dado cuenta. Este día de santos recuerdos es como mirar una existencia que se ha esfumado a propia voluntad. Sin titubear cierra la cortina del hotel donde se ha hospedado y se tira de bruces en la cama. Aunque sabe que su cuerpo ya no tiene solución ni siquiera quirúrgica, tiene una esperanza entre los dedos: fue una sorpresa encontrase con él, justo el día de hoy, después de casi dieciocho años de silencio bilateral y extremo. De algo tuvo que servir el haber venido hasta aquí sola, sin compañía alguna. Ha sido un día difícil, sin duda, aunque pensar en los momentos de placer que los pasó con él antes de su matrimonio la han hecho volcarse a la aventura de aceptar su invitación. Pero ese miedo que ha ido cosechando en su actula relación marital ya la ha vencido desde hace años, se hace más y más grande en ella. La vida otorga semejantes sorpresas pese a que el caminar monótono del tiempo no regala sino la vejez. para ella, ha llegado el tiempo de reivindicar los actos que realizó en los tiempos en que él más la necesitaba.

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