Aug 6, 2009

DIVINA POESÍA

Reseña para el poeta Ernesto Guevara Neyra)
Por: Jorsh

Divina poesía, […]
Tiempo es que dejes ya la culta Europa
que tu nativa rustiquez desama
Y dirijas el vuelo a donde te abre el mundo de Colón
a su grande escena.
Andrés Bello.



Probablemente yo no sea la persona adecuada para hacer una reseña sobre Ernesto Neyra, y no porque lo desconozca, sino porque es haberle cedido el timón de un comboy a un simple motociclista como yo, lo cual, obviamente es un verdadero honor, un desafío y un peligro.

Desde que se crearon las letras, hubo un enlace entre quien escribe y quien lee. Uno escribe por varias razones, algunas sólo para que se informen de algo, otros, para entender la reacción de los demás o ganar ego. Bryce dice que escribe para que lo quieran más. La pregunta de cajón sería ¿Por qué escribe Ernesto Neyra?

Aunque a veces son pequeñas las razones de por qué se escribe, son grandes las consecuencias que se pueden conseguir. Es la condena y la vanidad las que están en juego. Les sorprendería saber que Ernesto Neyra ha escrito para comprobar que no cualquiera es poeta (lo hace mención en su presentación). [Compren el libro para que lo sepan bien].

Me decía en alguna oportunidad Ernesto algo que a duras penas puedo recordar (estábamos casi moribundos a causa de un grave desenlace etílico): «Cada palabra, hermano, tiene un espíritu y un nombre real, si no eres capaz de llamar a esa palabra por ese nombre verdadero, jamás te responderá. Porque las palabras responden, y muchas veces, mejor que los seres humanos». ¿Sería realmente Ernesto o mis alucinaciones?


¿Y pueden las palabras llamarnos a nosotros? Esa es la tarea para el jueves.

Las palabras plasmadas dentro de un poemario, ilustran al mundo acerca del nacimiento, crecimiento y muerte de cada palabra. Para Ernesto, las palabras tienen una edad caprichosa —el de la pubertad—, en cuyo momento, es difícil reconocer su personalidad, te mienten. A lo mejor todas las palabras mueren jóvenes, no alcanzan su madurez, pero por culpa del hombre que en la pubertad de cada palabra, las empieza a confundir.

No se alarmen ni escandalicen por lo que expreso. Si me equivoco échenle la culpa a Ernesto que me ha puesto a manejar traileres sin tener yo ni siquiera brevete.

Muchas veces hemos querido decir una palabra que signifique algo trascendental y hemos logrado decir una tontería. Así, ocurre también que nos quedamos satisfechos y empezamos a llamar a las palabras por nombres que nunca tienen y nunca tuvieron. Y es verdad. La Real Academia, bajo uno de sus representantes, el señor Abelardo Pintor Gabriel, dijo en alguna oportunidad que existen muchas palabras a las que no llamamos por sus nombres y hemos logrado así, sacar de la misma laguna a los sinónimos, antónimos y homónimos. Más aún, en una época, según otros estudios, existieron palabras mucho más perfectas de las que conocemos ahora. Por ejemplo, había unas dos o tres palabras que eran mucho más grandiosas que la palabra amor. Del mismo modo, existían unas palabras que podrían ser aun más deteriorantes que la envidia y el odio. Pero esas palabras ya se han perdido (¿o muerto?).

Del mismo puño de James, así como se desprendió en su momento de Joyce, Vallejo, Tablada, Villaurrutia y Euguren, uno podría escribir cualquier cosa en cualquier sentido mientras no desconozca el nombre de cada palabra que usa. En ese trayecto, yo podría incluso poner muchas palabras que sean conocidas como insultos por nosotros, pero si no las identifico, bien podría estar causando halagos y en lugar de denigrar que sería mi objetivo ―en ese caso―, sólo conseguiría un completo ridículo. Así también es el minimundo de la poesía de Ernesto Neyra, al que hay que leerlo con una calma y paciencia únicas. Me sorprendí mucho, cuando leí CANTO COLOQUIAL A UN AMOR EFÍMERO (Pág. 12), en donde me pregunté ¿Ernesto, le escribiste a alguna prostituta o a la Literatura? Y he aquí la reseña de Ernesto, escrita por él mismo:

Soy ese borracho que te mintió siniestramente
Porque no quiso que de su vida te alejaras;
Ese al que mirabas a los ojos y reías
Y decías en tu mente que era un idiota.

Entonces pensé. Ernesto se conoce muy bien. Qué alegría.

También hace referencia de su vida pública universitaria (Pág. 50), y dice algo que debe interesarles a ustedes, publico: Aunque los héroes estén ya muertos y nosotros, vivos todavía… [… ] de ahí ustedes le siguen la lectura.

En AUSENCIA (pág. 58), pueden identificar no sólo a Ernesto, sino a su entorno familiar: El Gordo, El Chino, El Paisa y Las Pilsen.

Más adelante, en la página 66, pueden encontrar a un Ernesto más concentrado:

Tu piel plegada sobre huesos toscos, tristes y seniles
Lloran el sudor sobrante y rudo de un ayer dorado
Que no fue sino un sueño que cayó en vórtice quieto
Mojándote los ojos con lágrimas de barro.

Tengo un profundo aprecio por este muchacho, hombre de palabras sinceras hasta hoy, de mente feliz y de palabras elocuentes, mirador de la belleza de las cosas que a cualquiera le pueden parecer feas, sabiendo que lo feo todavía no existe. Me alegra y es un orgullo decir estas palabras en su nombre.

Hay algunos mitos que se dejan arrastrar, y se cree que tener amigos escritores es una afición de ociosos, se cree que quien escribe es porque es un holgazán o uno que apunta a ser un mediocre… espero que nuestras familias y las familias de nuestras pretendidas dejen de pensar esas estulticias y nos dejen escribir tranquilos.


Hay algo más.
Mi amigo Jack Farfán, cuando opina de los poetas, no mintió cuando escribió lo siguiente:

«A ellos no les interesa trabajar ni ser útiles a la sociedad, o, de alguna manera, ganarse el pan de cada día. Sueñan con ser grandes bajo el influjo de un rayo divino que les dicte su obra maestra. Esperan eternamente el espaldarazo, aunque nunca llegue. Nadie, aparte de ellos mismos, los lee.»

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